Daría mi vida por mis hijos, sin dudarlo. Si llegase el momento, si necesitaran un corazón cualquiera de los dos, les daría el mío, porque en realidad, es suyo. Sin embargo, no voy a renunciar a mí por ellos, no voy a dejar de ser yo, no voy abandonar mi vida. Puedo retrasar planes, esperar, cambiar de fecha, postergar, reducir gastos, dormir poco, pero no puedo renunciar a mis sueños, no puedo renunciar a mi propia felicidad.
Cuando la maternidad irrumpe en tu vida, te descoloca, te revuelve, te cambia, te tira tu escala de valores y te crea una nueva, y tus hijos son lo primero. Pero para mí esto no es incompatible con el hecho de estar yo también dentro del “ser lo primero”.
Me llena muchísimo ser mamá y darles el beso de buenas noches, jugar con ellos en el parque, recogerlos del colegio y contarles un cuento. Pero necesito ser feliz para ser la madre que quiero ser, para acompañarles desde el amor, para tener paciencia infinita, para educar con respeto, para ayudarles a entender el mundo, para mostrarles las normas. Necesito ser feliz para ser el ejemplo que quiero que vean.
A veces, cuando me planteo qué me gustaría que aprendieran mis hijos, qué valores les quiero transmitir, hago listas interminables. Para tras meditarlo un rato, llegar a la conclusión de que lo que más deseo para ellos es que sean felices. Y en mi humilde opinión, para eso tienen que ser ellos mismos y cumplir sus sueños, grandes o pequeños, disfrutando del camino.
A mí me ha costado mucho tiempo llegar hasta aquí. Me ha costado mucho esfuerzo y sacrificio encontrar qué me hace feliz para dejarlo aparcado ahora. Y daría mi vida por mis hijos, pero esta soy yo y mi historia, y estas son mis pasiones. Y pese a la presión social (en todos los sentidos), pese a la situación económica, pese a los expertos, y a los comentarios de quienes más me quieren, esta soy yo, esta es la que quiero ser, mamá y coach. Feliz. Porque ser madre es mucho más.
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